lunes, 25 de noviembre de 2013

CAÍDA LIBRE (I)

Aquella vez Hermes parecía estar más en forma que nunca. Había pasado una temporada de baja, recuperándose de una caída en su última carrera.
Había sido una simple carrera veraniega, sin más pretensiones, sólo para darse a conocer en esta nueva modalidad, una carrera gratuita para entretenimiento de los turistas de la zona, una carrera por la playa, con la arena mojada, cuando el mar se retira al atardecer entre las playas de Bajo de Guía y Las Piletas. El parque nacional de Doñana al fondo. Todo un decorado para promocionar a los caballos y los alrededores del lugar. El caballo de detrás le estuvo marcando el paso casi todo el tiempo, y en el último tramo, a pocos segundos de la meta, le adelantó derribándole de una patada.
Nadie entendió nunca el por qué, no se ponía nada en juego, la carrera estaba siendo meramente lúdica, un espectáculo al más puro estilo pueblo en fiestas, todo el entorno a favor.
No era necesaria una lesión, ni una pugna de oponentes de esta dimensión.

Hermes era un “Irish Hunter”, un cruce de pura sangre Byerly Turk con una yegua inglesa connemara, un ejemplar potente y bien proporcionado, dentro de su categoría de peso ligero. Antes de esta carrera, había competido siempre en salto, ya que sus condiciones físicas le dotaban para lucirse en esta especialidad, en la que había destacado siempre, y en la que había acumulado ya unos cuantos premios. Su complexión física le hacía más que apto para los saltos. Su bajo peso y sus fuertes y alargados músculos, junto con su nervio y juventud, le otorgaban una habilidad, una seguridad y un cálculo, que pocas veces se daban reunidas en un caballo.

Hermes, a pesar del tiempo en barbecho que había pasado, parecía tener fuerzas renovadas, se le veía más entusiasta que nunca,(dentro de que nunca había sido un caballo especialmente lanzado). Le notaba inquieto, con ganas de volver a correr y disfrutar. Iba a necesitar un pequeño entrenamiento, sí, pero me moría de ganas de probarle antes. Así que lo pensé sólo un par de medios minutos antes de poner el pie en el estribo. Confiaba en él. Siempre lo había hecho, ese caballo había sido siempre mi favorito, y a pesar de sus tropiezos, sentía un vínculo con él que nunca antes había tenido con ningún otro caballo de las caballerizas.
Así que, cuando el veterinario me anunció que ya le podía dar una carrera, ví el cielo abierto. Dejé todo lo que estaba haciendo y me presenté en el establo en menos de media hora.

En cuanto me vio entrar con las botas de montar (todavía me estaba ajustando la del pie izquierdo por las prisas), Hermes relinchó y movió la cabeza ondeando sus crines.
Dios, cuánta hermosura !!
Siempre que le veía me sorprendía comprobar que al natural era aún más bonito que cuando le recordaba.
Le sonreí: cómo me conoces, eh ? El caballo volvió a subir y bajar su cabeza (esta vez más agachada y con movimientos más suaves) mientras daba un paso atrás.(el lenguaje de los caballos es todo un mundo).
Me abracé a su largo y fino cuello, y noté cómo una corriente eléctrica atravesaba todo su cuerpo.
Fue sólo un instante, pero la sentí intensa, casi tanto como la mía. Sería verdad lo que intuía ?
Sería verdad que el vínculo con ese caballo era mutuo y que yo también era su favorita ? Bah, tonterías, pensé. Lo que pasa es que está loco por salir. Así que voy a ser yo la que le saque a dar su primera vuelta después de la convalecencia, por lo menos ahora sé que eso no le hará daño.

Una vez subida encima de Hermes, mi pequeño gran ejemplar empezó a caminar despacio, con cautela, pero muy pronto aumentó el ritmo del paso hasta ponerse al galope en menos de medio minuto.
(todo parecía ser cuestión de medios minutos esta vez). Mis carcajadas de alegría debieron oírse en el establo. No podía controlar tanta emoción. Me parecía mentira. Hermes iba a toda máquina, más veloz y lanzado que nunca. De hecho no le conocía en esta faceta. Siempre había hecho falta que yo le animara y empujara varias veces antes de empezar simplemente a trotar. Pero esta vez iba solo, yo nada más que estaba encima, no le guiaba, no le dirigía, no le presionaba, ni siquiera le animaba; sólo gritaba de alegría. Y a cada grito o carcajada, Hermes iba cogiendo más y más velocidad. Íbamos embalados, ni siquiera podía mirar atrás para ver el polvo que el caballo iba levantando.

Me había fusionado casi literalmente con su grupa, agarrada con mis rodillas fuertemente, éramos prácticamente un solo cuerpo.

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