martes, 17 de diciembre de 2013

CAÍDA LIBRE (II)

Muy pronto la velocidad empezó a ponerse realmente interesante. Ese punto en el que sabes que no vas a poder mantener mucho tiempo, pero en el que te quedarías para toda la eternidad. Prácticamente no notaba las pisadas del caballo, enteramente era como si volara, las patas sólo rozaban el suelo para no perder el equilibrio, como punto de referencia, pero los altibajos que produce la cabalgada se habían amortiguado y mi cuerpo ya sólo vibraba de emoción, pero no como consecuencia de los saltos.
Empecé a notar las lágrimas en mis ojos, como cuando vas a toda leche en la moto y tienes que entrecerrarlos para poder ver algo nítido. El viento azotaba en mi cara con fuerza y notaba mi gesto comprimido. En algún momento tuve miedo, sí, pero podía más la emoción y no pensaba parar ni aminorar la marcha. Nunca había ido a tal velocidad encima de un caballo y no sabía hasta qué punto él podría aguantar y mantener los reflejos, pero aún así asumí el riesgo.Mientras todos estos pensamientos pasaban por mi cabeza, el caballo había tomado un rumbo desconocido para mí, no reconocía el camino por el que íbamos.

Instintivamente tiré de una rienda para que girara, por un momento pensé que se había perdido aunque me resultó raro, Hermes conocía los alrededores de la cuadra y siempre iba y volvía sin necesidad de guiarle. Pero aquel tirón fue fatídico. En el instante en que la rienda le rozó, el caballo pegó un traspiés que a duras penas pudo reequilibrar, debido a la velocidad que llevaba. Se levantó una gran polvareda a nuestro alrededor. El caballo daba vueltas aterrorizado. Le había desconcentrado de su carrera y empezó a relinchar mientras levantaba las patas delanteras ofuscado, dando cortos pasos hacia atrás en señal de protesta. Intenté tranquilizarle acariciando su cuello. El caballo sólo cambio la dirección de los giros que había empezado a dar sobre sí mismo, y fue paulatinamente calmándose.

Una vez pasado el susto y recuperado el aliento, Hermes empezó a trotar de nuevo, sin embargo yo sabía que algo iba mal. Resoplaba a cada paso y sacudía la cabeza con fuerza, como si quisiera quitarse de encima un enjambre de avispas que le estuvieran atacando.
De pronto y sin más preámbulos cogió otra vez carrerilla, yo ahora ya no veía prácticamente hacia dónde se dirigía, me había asustado mucho el frenazo y la noche se nos había echado encima sin darnos cuenta. Le dejé correr porque creí que se cansaría en pocos minutos. De hecho notaba el sudor atravesando sus crines.

Pero la carrera pronto se hizo de nuevo vertiginosa y… no, definitivamente algo iba mal, y ahora sí que temía por nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nueva gota